Literatura apocalíptica II

Literatura apocalíptica II

Literatura apocalíptica II


Parte 2 /Características de la literatura apocalíptica


El género apocalíptico tiene una serie de características que la distinguen frente a los demás tipos de literatura bíblica y lo hace bastante fácil de reconocer. Parece que, durante la época de su apogeo, más o menos entre 200 a.C. y el 150 d.C., este estilo literario resultaba ser la manera más acertada y eficaz para expresar la esperanza y mantenerla viva en el pueblo. Del oráculo poético de los profetas, que dependía de la comunicación oral, los apocalípticos pasaron a redactar libros, mayormente en prosa, con más conciencia de su estructura y estética.

Una primera característica de estos escritos es la pseudonimia. Los escritos apocalípticos, con excepción del Apocalipsis de Juan y del Pastor de Hermas, siempre atribuían sus mensajes a grandes santos y héroes del pasado, sobre todo Enoc, pero también Adán, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, los patriarcas, Moisés, Elías, Baruc y Esdras. Esto era una costumbre de la época, común en el antiguo Cercano Oriente, y en ninguna forma representaba algún problema ético. Los judíos creían que desde la muerte de Judas Macabeo (161 a.C.), los cielos se habían cerrado y dejaban de aparecer profetas (1 Mac 9.27; 2 Bar 85.3). Como no se esperaban nuevas profecías en la época, los autores apocalípticos ubicaban sus revelaciones en tiempos pasados, y así les daban también cierta aureola de antigüedad y autoridad a sus escritos. Además, les permitía contar mucha historia ya pasada para ellos, como si fuera profecía futura para el personaje a quien atribuían su escrito.

Lo que más llama la atención en estos escritos es su uso abundante e imaginativo de simbolismo, que debe ser interpretado con sentido figurado. Su lenguaje es casi siempre evocativo, sugerente, connotativo. Es claro que su intención era la de hablar de manera simbólica, no literal. Juan de Patmos, por ejemplo, no tiene el menor reparo en asignar dos sentidos totalmente distintos al mismo símbolo; así las siete cabezas de la bestia son siete montes (Ap 17.9) pero también, siete reyes (17.10). Juan no se preocupa cuando produce simbolismos literalmente imposibles, como la lluvia de fuego y granizo mezclados con sangre (8.7), la mano con siete estrellas que en seguida se pone sobre la cabeza de Juan (1.16-17), una estrella que contamina la tercera parte de los ríos y fuentes del mundo (8.10), o un altar que habla (9.13; 16.7 NVI, BJ).

Entre los simbolismos más típicos de la literatura apocalíptica están los colores.  Por lo general, el blanco significa victoria y a veces lo celestial; el rojo o escarlata lo malo, la sangre, la guerra; el negro lo oscuro, la noche; el verde, la muerte, etc. Es importante no interpretar estos colores por los valores simbólicos que tienen hoy día para nosotros. Por ejemplo, lo malo en el Apocalipsis no es negro sino escarlata (sin nada que ver con el color de la piel); el verde no significa esperanza (como suele entenderse hoy), sino muerte (Ap 6.8).

También los números son simbólicos: tres para Dios; cuatro para la naturaleza; seis para lo incompleto y a veces lo malo; siete para lo completo y perfecto, casi siempre bueno (excepto en su parodia por el dragón y la bestia); diez también es completo; doce señala al pueblo de Dios (12 patriarcas, 12 apóstoles). Las fracciones tienen un significado especial, como por ejemplo los tres años y medio: ¡no pasa de media semana! Una multiplicación añade al significado del dígito: 144 000 es el cuadrado de 12 por el cubo de 10. Cuando las cifras son simbólicas, no deben traducirse al sistema métrico ni a otras medidas, con lo que perderían su significado simbólico. Los únicos números en el Apocalipsis que no llevan valor simbólico son los precios de trigo y cebada en 6.6, donde tienen sentido económico de precios de la canasta básica.

Es especialmente común e importante el simbolismo de los animales, que suelen representar naciones o reyes poderosos. Por regla general, los autores apocalípticos describen a los seres humanos como animales, a los ángeles como seres humanos (1 En 87.2), y a los demonios como estrellas caídas (1 En 86.13). Su punto de partida está en Daniel, donde cuatro bestias surgidas del mar representan a cuatro imperios hostiles. Estos animales luchan, oprimen, y desaparecen del escenario. Son representaciones que imprimen una gran fuerza dramática, algo parecido a las caricaturas políticas de hoy (Rusia como oso, el dragón chino, el águila de los Estados Unidos). Con mucho humor, algunos escritos apocalípticos afirman que la carne de la gran bestia será el menú del banquete mesiánico (2 Esd 6.52; 2 Bar 29.4).

La literatura apocalíptica a menudo se dedica también a los fenómenos cósmicos.  Muchos de estos escritos muestran gran interés en la astronomía; El libro del curso de las luminarias del cielo, ahora incorporado a 1 Enoc (72—82), es el ejemplo más antiguo. Es muy común que los juicios divinos se describan como catástrofes naturales y cósmicas, de modo que cuando Juan incorporó este simbolismo en su libro (especialmente el sexto sello, 6.12-17, y las seis primeras trompetas, 8.6—9.20), eso era un simbolismo ya conocido por sus lectores.  En vez de una revelación totalmente nueva, era una relectura de anteriores tradiciones apocalípticas. De hecho, ya desde las escrituras hebreas este simbolismo estaba muy presente en la escatología profética.

Generalmente se atribuye a la literatura apocalíptica un dualismo, aunque es importante aclarar que se trata de un dualismo ético (lucha entre el bien y el mal) y no metafísico (creencia en dos realidades últimas). Como ellos buscaban encontrar esperanza en lo trascendental (arriba, el cielo) o en lo escatológico (adelante, después de la intervención divina final), estaban convencidos de que la realidad definitiva se hallaba en el cielo y no en la tierra (cf. Ap 4—5). Al vidente se le permite saber lo que pasa en el cielo, y lo celestial determina lo terrestre e histórico. Lo que pasa arriba pronto pasará aquí abajo. Esto explica el gran énfasis en los viajes celestiales y en el papel de los ángeles. En la lucha entre los poderes celestiales del bien y del mal, no existe campo neutral; o estamos con Dios o estamos con el diablo. Negar al Señor significa pasar a las filas del mal. Nuestras opciones en esta lucha cósmica se medirán finalmente en juicios divinos.

Es importante destacar que la mayoría de las veces los autores apocalípticos estaban intentando una escatología contextualizada, según entendían ellos la coyuntura histórica de su momento. La diferencia entre el género profético y el apocalíptico se debía precisamente a las nuevas circunstancias nacionales (helenización después de Alejandro Magno; los macabeos, la ocupación romana). Ya que escribían bajo el nombre de algún personaje antiguo, a veces comentaban sucesos contemporáneos como si fuesen sucesos bíblicos. Por ejemplo, el Testamento de Judá 3—7 describe las guerras macabeas como una batalla de Judá y Dan (bajo el seudónimo de «amoritas») que luchan contra los «cananeos» (Charlesworth 1996:895). Diversos escritos interpretan la destrucción de Jerusalén por Tito como si fuera la de Nabucodonosor (4 Esd, 2 Bar).

A menudo, aunque no siempre, los autores apocalípticos aplicaban su mensaje también en exigencias éticas, a veces también de compromiso histórico. Insistían en la piedad, la santidad y la justicia, especialmente ante las perspectivas del juicio divino. En 1 Enoc 101—104 y 2 Enoc 39—66, por ejemplo, Enoc vuelve del cielo para instruir y exhortar a sus hijos a practicar lo recto y lo justo. En el Testamento de los doce patriarcas, cada uno de los hijos de Jacob insta a sus propios hijos a cumplir la ley de Dios y arrepentirse de sus malos caminos (cf. 4 Esd 7.48-49).

George Ladd (1960: 52-54) y otros analizan dos tendencias en la literatura apocalíptica: (1) la apocalíptica no-profética, que pretende escapar de la historia para refugiarse en el mundo venidero y (2) la apocalíptica profética, que insta a la fidelidad histórica a la luz del futuro escatológico, y cuyo representante más brillante es el último libro de nuestro Nuevo Testamento. Por eso, es un grave error usar el término «apocalíptico» como sinónimo de catastrófico y trágico (un terremoto u otro desastre). Lejos de cualquier entrega a la desesperación, el Apocalipsis de Juan es un llamado a la tenacidad (hupomone, 1:9) y la fidelidad hasta las últimas consecuencias, seguros de que Jesucristo es el Señor.

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Este articulo ha sido tomado de “Vive la Biblia”, sitio web de las Sociedades Bíblicas Unidas.

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Notas y referencias

1. Existe un consenso muy general sobre la definición que propuso la comisión de la Sociedad de Literatura Bíblica, presidida por J. J. Collins: «El Apocalipsis es un género de literatura revelatoria con un marco de referencia narrativo, en el que la revelación es mediada por un ser ultramundano a un receptor humano, manifestándole una realidad trascendental que es tanto temporal, en cuanto contempla la salvación escatológica, y a la vez espacial, en cuanto involucra otro mundo que es sobrenatural… Su intención es la de interpretar las circunstancias presentes terrestres a la luz del mundo sobrenatural y del futuro, y de influir en la comprensión y en la conducta de los receptores a base de autoridad divina» (Semeia14, 1979: 22).

2. Hanson aplica este análisis específicamente al dispensacionalismo.

3. Un uso parecido del «siete» ocurre en Mt 18.22, donde «setenta veces siete» no significa «490», sino «sin límite».

4. Pueden consultarse «Pautas para interpretar los simbolismos cosmológicos» (Ap 6.12-17) y «¿Cómo podemos entender pasajes tan chocantes?» (Ap 8.5ss) en Stam 2003.

5. Rowland (1982:144) afirma que el supuesto dualismo de los apocalípticos es más aparente que real.

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