La Biblia en la comunidad de fe – Parte 2

La Biblia en la comunidad de fe – Parte 2

LA BIBLIA EN LA COMUNIDAD DE FE – PARTE 2

La Biblia en la comunidad de fe – Parte 2

Por Pedro Arana Quiroz

La función litúrgica

Esta función de la Iglesia consiste en ser una comunidad de adoración, de oración e intercesión, cumpliendo así corporativamente su oficio sacerdotal.

Adoración: Adorar es despertar la conciencia por la santidad de Dios, alimentar la mente con la verdad de Dios, purificar la imaginación por la belleza de Dios, abrir el corazón al amor de Dios, rendir la voluntad al propósito de Dios… Todo esto reunido en la adoración, la emoción menos egoísta de la cual nuestra naturaleza es capaz y por lo tanto el principal remedio contra el egocentrismo, que es nuestro pecado original y la fuente de todo pecado actual [1].

Oración: Nuestra participación en la obra de Dios es el acto que consiste en adherirnos a esta obra. Gran cosa es predicar, creer, realizar nuestra pequeña obediencia a los mandamientos de Dios. Pero, en todas estas formas de obediencia y de fe, la oración es la que nos pone en relación con Dios, quien nos permite colaborar con él. Dios nos invita a vivir con él. Y nosotros respondemos: «Sí, Padre, quiero vivir contigo». Entonces nos dice: «Ora, llámame; te escucho, viviré y reinaré contigo».

La Biblia en la comunidad de fe – Parte II

La Reforma no se hizo sin estos hombres que se llaman Calvino, Lutero y algunos otros. Dios trabajaba haciéndoles participar de su obra. Pero la realizaba con ellos, no por el brillo de sus virtudes, de su sabiduría o de su piedad, sino por la oración a un tiempo humilde y audaz. A una oración comprendida en esta forma, es a la que hemos sido invitados a participar en la soledad con Dios y en comunidad. Oración que es a la vez acto de humildad y de victoria. Tal acto nos ha sido mandado porque se nos ha otorgado el poder de hacerlo[2].

Intercesión: Es una forma de oración. En ella hacemos nuestras las necesidades del mundo, de nuestro continente, de nuestro país o de nuestra comunidad, y las presentamos delante de Dios, pidiendo su intervención, para que actúe a favor de su bienestar. Recordamos en su presencia a las personas enfermas y afligidas, encarceladas o desvalidas, y aquellas quienes sabemos necesitan de la particular asistencia de nuestro Señor. En la intercesión pedimos, en especial, que Dios bendiga y proteja a las personas que nos rodean en nuestros círculos familiar, laboral, vecinal, educacional, político, y a todos aquellos a quienes amamos. Siempre recibiremos consuelo y paz espiritual al dejar en las manos tiernas y poderosas de Dios, a todos los que amamos.

Función comunitaria

La Iglesia cristiana es una fe y una fraternidad. La comunidad cristiana primitiva fue una fraternidad antes de ser una asamblea. Fue una koinonía antes de ser ecclesia. La Iglesia es una fraternidad local, mundial y transnacional, formada por personas que tienen un mismo Padre, un mismo Señor y Salvador, y en quienes habita un mismo Espíritu.

Tener comunión es participar de la vida del Dios trino y uno, base de la comunidad cristiana, y prueba de la nueva vida; despertar la conciencia por la importancia de mi hermano, «si amo a Dios debo amar también a mi hermano», purificar el corazón de todo egoísmo, amargura y afán de competencia; abrir nuestra existencia a la libertad de ser conocido y conocer, sin máscaras, sin autosuficiencia, sin formalismos y sin una espontaneidad superficial, practicar la ayuda mutua de nuestras cargas, la confesión de nuestros pecados; la restauración de los débiles, la exhortación cara a cara, por una vida limpia y fructífera, practicar la hospitalidad, la colaboración financiera de los necesitados, afirmar la comunidad por encima del individualismo, su negación; del colectivismo, su degeneración; y del elitismo, su tentación.

Función Soteriológica

La función soteriológica de la Iglesia consiste en llevar la salvación de Dios al mundo; y lo hace a través de la predicación y de la enseñanza del evangelio del reino de Dios. Forjar al ser humano nuevo es trámite de la evangelización y el discipulado. De allí que la evangelización sea el corazón de la misión. Y el discipulado se constituye así en los pies de la misión. La pasión y la acción deben ir juntas. La dimensión docente de la Iglesia deberá tomar en cuenta la nueva situación mundial y nacional. El clima apologético al ingresar al siglo xxi lo conforman los vientos de la economía, la cibernética y la genética; no los de la ciencia, la historia o las ciencias sociales.

Evangelización: Evangelizar es difundir las buenas nuevas que Jesucristo murió por nuestros pecados y resucitó de los muertos según las Escrituras, y que ahora, como el Señor que reina, ofrece el perdón de pecados y el don liberador del Espíritu a todos los que se arrepienten y creen. Nuestra presencia en el mundo es indispensable para la evangelización; también lo es un diálogo cuyo intento sea escuchar con sensibilidad a fin de comprender. Pero la evangelización misma es la proclamación del Cristo histórico y bíblico como Salvador y Señor, con la mira de persuadir a la gente a venir a él personalmente y reconciliarse así con Dios. Al hacer la invitación del Evangelio no tenemos la libertad de ocultar o rebajar el costo del discipulado. Jesús llama todavía a todos los que quieren seguirlo, a negarse a sí mismos, tomar su cruz e identificarse con su nueva comunidad. Los resultados de la evangelización incluyen la obediencia a Cristo, la incorporación a su iglesia y el servicio responsable al mundo (Pacto de Lausana, párrafo Nº 4).

Discipulado: Confesamos que a veces hemos buscado un crecimiento de la Iglesia, a costa de su profundidad, y hemos divorciado la evangelización del crecimiento cristiano. Reconocemos también que algunas de nuestras misiones han sido muy lentas en cuanto a equipar y animar a los líderes para que asuman las responsabilidades a que tienen derecho. Sin embargo, aceptamos los principios de autoctonía y anhelamos que cada Iglesia tenga líderes nacionales que manifiesten un estilo cristiano de liderazgo, no en términos de dominio, sino de servicio. Reconocemos que hay mucha necesidad de mejorar la educación teológica, especialmente para los líderes de la iglesia. En cada nación y cultura debe haber un programa efectivo de entrenamiento para pastores y laicos en doctrina, discipulado, evangelización, crecimiento y servicio. Tales programas de entrenamiento no deben depender de una metodología estereotipada, sino que deben desarrollarse según iniciativas locales creadoras, en conformidad con las normas bíblicas (Pacto de Lausana Nº 11).

Función diaconal

Los cristianos debemos reconocer en ella, la realeza de la Iglesia. En ella está su magnificencia y su grandeza. El servicio es manifestación de amor a Dios y amor al prójimo. El modelo es el Rey-Siervo, quien tuvo por trono una cruz. Amor, servicio y cruz constituyen la tríada permanente para que los cristianos y la Iglesia vivan y ejerzan su excelencia.

Afirmamos que Dios es tanto el creador como el juez de todos los hombres. Por tanto, debemos compartir su preocupación por la justicia y la reconciliación en toda la sociedad humana y por la liberación de los hombres de toda clase de opresión. La humanidad fue hecha a la imagen de Dios; consecuentemente, toda persona, sea cual sea su raza, religión, color, cultura, clase, sexo o edad, tiene una dignidad intrínseca a causa de la cual debe ser respetada y servida, no explotada. Expresamos, además, nuestro arrepentimiento, tanto por nuestra negligencia, como por haber concebido a veces la evangelización y la preocupación social como cosas que se excluyen mutuamente. Aunque la reconciliación con el hombre no es lo mismo que la reconciliación con Dios, ni el compromiso social es lo mismo que la evangelización, ni la liberación política es lo mismo que la salvación, no obstante afirmamos que la evangelización y la acción social y política son parte de nuestro deber cristiano. Una y otra son expresiones necesarias de nuestra doctrina de Dios y del hombre, nuestro amor al prójimo y nuestra obediencia a Jesucristo. El mensaje de la salvación encierra también el mensaje del juicio a toda forma de alienación, opresión y discriminación, y no debemos temer denunciar el mal y la injusticia donde quieran que estos existan. Cuando la gente recibe a Cristo, nace de nuevo en su reino y debe tratar de manifestar, a la vez que difundir la justicia del mismo, en medio de un mundo injusto. Si la salvación que decimos tener no nos transforma en la totalidad de nuestras responsabilidades, personales y sociales, no es la salvación de Dios (Pacto de Lausana Nº 5).

Función Profética

La Iglesia debe cumplir su función profética, convirtiéndose en la conciencia moral y espiritual de la nación y de sus gobiernos. La Iglesia debe interpelar con la Palabra de Dios a su situación, a sus gobiernos y a los gobiernos extranjeros que actúan sobre sus naciones, directa o indirectamente; y a todos sus ciudadanos. En los países ricos, la Iglesia debe detectar si su gobierno tiene una estrategia para la reducción de la pobreza dentro de sus fronteras y en los países pobres; o si lo único que tiene es una estrategia para su propio crecimiento económico. En los países pobres, la Iglesia y los cristianos, no solo deben saber dónde están los pobres, sino por qué son pobres; desenmascarando, igualmente, a las ideologías y a las utopías. Cumpliendo así, su rol profético de denuncia.

La Iglesia debe ser la defensora de la vida y los derechos de todos los seres humanos, especialmente de los pobres, los desvalidos, los marginados y los excluidos de sus sociedades. En tal sentido, debe instar a sus gobiernos a invertir en los programas de compensación social, haciendo énfasis, en forma enérgica, en la solidaridad local, tanto eclesial como de la sociedad civil para asistir a sus pobres; y así, superar la dependencia total, en muchos casos, de la solidaridad internacional. La defensa de los pobres debe comenzar por afirmar su dignidad, así como el desarrollo de sus potencialidades, que les posibilite la consecución de trabajo justamente remunerado, permitiéndoles superar la actitud mendicante; y que los impele a acciones que transformen su situación. Los gobiernos deben sentirse moralmente apremiados por la Iglesia y los cristianos a no eludir sus responsabilidades de mantener un orden económico más justo en sus sociedades. Aquí el contenido profético de la Iglesia será de anuncio de un nuevo orden más justo, más solidario y más humano.

La Iglesia debe proponer un nuevo estilo de vida entre sus comunidades de fe, que sea contestatario al de la sociedad de consumo, dispendio, codicia y desperdicio. Debe solicitar la asistencia especial del Espíritu Santo para hacer una revisión total de su vida y misión, de modo que su evaluación le permita reconocer, dentro de ella, los elementos paganizantes que han sido incorporados vía la modernización; y consciente de su situación pueda buscar el camino del arrepentimiento y de la renovación. El estilo de vida sencillo, que ha dejado de ser un desafío solo para los cristianos del mundo rico, es una necesidad para el buen testimonio de los cristianos en el mundo pobre. Como los profetas bíblicos, la Iglesia debe dar su mensaje con acciones y gestos, que sean portadores de su mensaje de juicio y esperanza.

Función administrativa (mayordomía)

La Iglesia conoce a Dios como el Creador, y sabe que tal conocimiento no es un apéndice de la fe y la vida cristiana, sino una revelación esencial de su persona, carácter y propósitos. Dios creó todo lo que existe «en amor, por amor y para el amor». Esta confesión de fe de la Iglesia debe ser parte integral del testimonio de la Iglesia a la humanidad.

La Iglesia debe compartir con todos los seres humanos el gozo genuino de su aprecio por las obras de Dios en la creación. Ella también debe ser la conciencia moral sobre la forma en que los seres humanos usan los recursos de la creación; así mismo debe portar fielmente su mensaje al mundo sobre la creación de Dios y nuestra común responsabilidad con ella.

Por lo menos cuatro elementos deben estructurar su mensaje y enseñanza: 1) Dios es el Creador, y el universo, incluyendo los seres humanos, es su creación. 2) Los seres humanos estamos ligados a la creación en muchas y diferentes maneras, tanto física como espiritualmente; por lo tanto, debemos pensar y actuar en formas que tomen esos lazos seriamente. 3) Los seres humanos somos diferentes de las otras criaturas, porque hemos sido creados a imagen de Dios, y estamos llamados a expresar la diferencia que esa imagen hace, en términos de gobierno y dominio de la creación, que no es lo mismo que avasallamiento y destrucción (cf. Mt 20.25–28 y Jn 13.1–15). Declaramos nuestra autoridad sirviendo a nuestros prójimos y súbditos (creación), considerando primero sus necesidades, y actuando deliberadamente para resolverlas, cuidando y preservando la creación (Gn 2.15). 4). La Iglesia proclama a Dios como Redentor del pecado. La creación, incluyendo la humanidad, es objeto de su redención, la cual ha sido efectuada por Cristo (Ro 8.19–22). Las acciones humanas llevadas a cabo por el bien de la creación no son lo mismo que la redención, la cual es un acto de Dios. Sin embargo, tales acciones reciben un propósito y valor finales, cuando son realizadas en obediencia al Creador y dentro de su propósito redentor en Cristo.

Función Ecuménica

Comencemos rescatando el término. Proviene de oikumene, que significa «la tierra habitada». Nada tiene que ver con concilios, consejos o uniones eclesiásticas. Estos llegan a ser tales en tanto y en cuanto tengan representación de toda la tierra habitada. De allí que su sentido primigenio sea misionero: alcanzar con el evangelio de Cristo a toda la tierra habitada.

En ese sentido la organización más ecuménica, más global en leguaje moderno, es la Iglesia de Cristo. La visión misionera de toda comunidad de fe siempre deberá ser ecuménica. Desde su pequeño rincón sabe y siente que pertenece a una familia mundial. Al mismo tiempo ora y se siente responsable por el bienestar integral de todo el mundo habitado (Lc 4.5; Hch 19.27; 24.5; Mt 24.14; Hch 11.28; 17 31; Ro 10.18; Ap 3.10; 12.9; 16.4).

Esto nos lleva como paso segundo a reflexionar sobre la unidad de la Iglesia. Mas no ruego solamente por éstos, sino por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno… para que el mundo crea que tú me enviaste (Jn 17.20, 21). La Iglesia, cuerpo de Cristo, es una. Cristo solo tiene un cuerpo. Solo una novia. Solo una esposa. Esa Iglesia una ha de guardar la unidad, no crearla; debe también mostrarse una (Ef 4.1–6) para que el mundo crea. Arribamos así a una conclusión como esta: La unidad de los cristianos tiene una finalidad evangelizadora. Esta verdad bíblica requiere ser obedecida por todas las confesiones cristianas y por todos los cristianos.

Una de las tragedias de las comunidades cristianas en el mundo actual es que siendo, en situaciones muy precisas y apremiantes, un continente de posibilidades para la evangelización y para el servicio en grandes realizaciones en beneficio de los pueblos, se convierten en un archipiélago de pequeños feudos de intereses domésticos, de alcances sectarios y esperanzas inalcanzables. La proclamación del evangelio y el servicio de amor deben convocarnos a la unidad, no solo espiritual, sino visible y tangible, de iglesias y organizaciones cristianas. No con el pensamiento utópico que cuando seamos uno, en forma institucional, automáticamente el mundo va a creer. Sino con la esperanza ardiente de que el Espíritu nos puede mostrar formas nuevas de cooperación que testifiquen de nuestra unidad esencial.

Que sean uno… para que el mundo crea, es uno de los desafíos del mundo actual y es la oración del Señor Jesús que sin lugar a dudas, será contestada. Es el reclamo que los cristianos escuchan, y que viene de todos los países, de todas las etnias, de todas las lenguas y de todas las culturas. Toda la tierra habitada demanda una presencia unida de los cristianos para llevarles salvación y no separación; comunidad y no confusión; dignidad y no distracción.

La Biblia en la misión

Hemos reflexionado sobre la misión de la Biblia y la misión en la Biblia, nos toca ahora percatarnos del lugar que tiene la Biblia en la comunidad de fe y en su misión. Decía Emil Bruner que «la Iglesia existe para la misión como el fuego existe para quemar. La Iglesia es misión».