La Biblia en la comunidad de fe – Parte 1

La Biblia en la comunidad de fe – Parte 1

La Biblia en la comunidad de fe – Parte 1

POR : PEDRO ARANA

La Palabra de Dios y la comunidad de fe están inseparablemente unidas. La Palabra de Dios, que llamó al mundo a su existencia, es la misma Palabra que llamó a Abram de «su tierra y su parentela» para ser Abraham, «padre de muchas naciones» unidas por su fe.Abraham es el padre de la comunidad de fe. En ambos casos, es Palabra creadora del cosmos y de la humanidad, así como de la comunidad de creyentes.

La comunidad de fe reconoce a la Biblia como la Palabra de Dios, y es la Palabra de Dios la que le ha dado origen. La Palabra de Dios convoca, nutre, dirige, establece y anima a la comunidad de fe para que cumpla cabalmente su misión. Sin la Palabra y el Espíritu no habría un solo creyente en el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. No habría comunidad de fe, no habría Iglesia.

La comunidad de fe receptora de la Palabra de Dios la recibió en las lenguas de sus pueblos: hebreo, arameo y griego. Entendiendo su centralidad en la vida de la Iglesia pasó al latín y a otras lenguas usadas en el mundo mediterráneo de los primeros siglos de la era cristiana. Luego de superar el trauma que le significó creer que había lenguas sagradas y con siglos de retardo que impidieron el avance de su misión, la Reforma protestante del siglo XVI liberó la Palabra de Dios poniéndola al alcance de las naciones de Europa en sus propios idiomas. Ese ímpetu reformador continuó en los siguientes siglos, y ha permitido a los cristianos de cualquier parte del mundo confesar: ¡Dios habla mi idioma! La traducción bíblica ha sido y es la actividad indeclinable de la Iglesia.

¿Qué es la iglesia?

La Biblia no define la Iglesia. Habla de ella, presentándola en diferentes formas, algunas relacionales, como pueblo de Dios, familia de Dios, comunidad del Espíritu. Otras, pictóricas, usando metáforas, como cuerpo de Cristo, esposa de Cristo, templo del Espíritu Santo. También, «la sal de la tierra», «una carta de Cristo», «pescadores de hombres», «ramas de la vid». Paul Minear presenta una lista de unas 96 diferentes imágenes y analogías de la Iglesia halladas en el Nuevo Testamento[1]. Tomándolas en forma unitaria y en su vinculación propia, solo ellas pueden poner de manifiesto la naturaleza y el carácter de la Iglesia de Cristo. Para nuestro propósito, hemos de considerar a la Iglesia, la comunidad de fe, desde una perspectiva trinitaria, esto es, como pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y comunidad del Espíritu.

Pueblo de Dios

El pueblo de Israel fue testigo de los grandes hechos de Dios, especialmente del éxodo (Is 43.10, Lv 26.12). Los discípulos de Cristo, el nuevo Israel de Dios, fueron testigos del más grande hecho de Dios, la resurrección de Jesús de entre los muertos (Hch 1.8). Ambos son pueblo de Dios, afirmando así su unidad histórica y su continuidad misionera: Ser testigos del único Dios viviente, libre y soberano. La Iglesia es, pues, un pueblo testigo y un pueblo de testigos.

El pueblo de Dios está llamado también a ser un pueblo siervo y un pueblo de siervos. La liberación de Egipto es para servir a YHVH (Ex 8.1; 9.1; 10.3). En el Nuevo Testamento se mantiene la misma nota, así como Jesús es el Señor-Siervo, así su comunidad debe ser sierva y de siervos (Mc 10.45; 2 Co 4.5). La iglesia sierva está llamada a servir a Dios y al mundo de Dios, a la gente (Mt 20.25–26).

La Iglesia testigo y sierva de Dios encuentra expresión en su adoración, oración y alabanza, en la relación de amor de su comunidad; en sus ministerios: evangelizador, docente y profético; en su servicio de misericordia y en su lucha por la justicia y la paz; en su mayordomía de la creación y en su acción apostólica hasta lo último de la tierra.

Cuerpo de Cristo

Esta descripción de la Iglesia aparece en las cartas de Pablo. En Efesios 4.4–16, las siete dimensiones de la unidad de la Iglesia: Un cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos. La cabeza de este cuerpo es Cristo. Esta imagen orgánica de la Iglesia trasmite el mensaje de la dependencia mutua de todos los miembros de la comunidad, quienes han recibido diferentes dones, que deben ser usados para edificación de la comunidad entera; así como la común dependencia de todos los miembros del cuerpo, de aquel que es la cabeza, Cristo (Cf. Col 1.15–20; Ef 5.23).

La unidad de la Iglesia, que proviene del Espíritu Santo, debe ser guardada por los miembros de la comunidad que deben vivir en amor, el cual debe expresarse en conductas humildes, amables, pacientes y tolerantes (Ef 4.1–3). La unidad de la Iglesia debe efectivizarse, si anhela que su misión en el mundo sea fructífera.

Comunidad del Espíritu

La Biblia en la comunidad de fe – Parte I

La Iglesia no solo ha recibido los dones de Dios, sino que es la morada de Dios, en Espíritu. Es cristófora, portadora de Cristo; y sus miembros también lo son. Esta realidad apunta a su carácter y al carácter de sus miembros: Ser parecidos a Jesús.

La Iglesia sellada, guiada y llena del poder del Espíritu, es la «nueva creación» de Dios, la primera señal de la «nueva humanidad», que Dios está creando en Cristo Jesús. Ella constituye los «primeros frutos» de la nueva edad. La Iglesia testifica no solo con sus palabras y obras, sino también a veces con su propia vida. La Iglesia sirve también a costo de su vida.

La Iglesia crece y es edificada, pero como comunidad del Espíritu celebra y espera con esperanza. Aquí y ahora experimenta el sabor del gozo de su vida nueva en el compañerismo del Espíritu. La Iglesia es así una señal del Reino de Dios.

La Iglesia es la «comunidad alternativa» a los odios de raza, de género, de clase, porque quiere vivir la libertad con que Cristo la hizo libre (Gl 3.28). La Iglesia es la comunidad donde los extraños y los extranjeros son bienvenidos, donde el poder es para servir y no para servirse; donde el poder no es dominación ni acumulación, sino entrega por el bien común. La comunidad del Espíritu tiene en Cristo a quien mejor la cuida y protege, llevándola a la humildad y al arrepentimiento para el mejor cumplimiento de su misión.

La Biblia y la Iglesia

Para la Iglesia, la Biblia es la suprema y última autoridad en todo lo concerniente a la fe y conducta de ella, tanto en forma comunitaria como individual. Toda tradición que la Iglesia acoja y practique, o documento que suscriba, o magisterio que ofrezcan sus doctores o predicadores, deberá pasar por el escrutinio de la Palabra de Dios, y subordinarse a su autoridad final. Por ello, es de singular importancia que las comunidades de fe, expresiones concretas de la Iglesia, conozcan cuál es la misión de la Biblia.

Por otro lado, la Iglesia conoce y reconoce su misión a partir de la Biblia. La misión en la Biblia es el paso previo que la Iglesia debe tomar para responder adecuadamente a las demandas históricas. El peregrinaje del pueblo de Dios a través de los siglos, le ha significado la búsqueda de la voluntad de Dios para servir a su generación de acuerdo al propósito divino. La política general de la misión de la Iglesia le está dada en la Biblia. La Iglesia es agencia del Reino de Dios; por ello, su fin histórico y escatológico es glorificar a Dios. Sin embargo, ella debe reconocer los tiempos de la misión, a través del impulso del Espíritu, la meditación en la Palabra y la consideración de «las señales de los tiempos».

La misión de la Iglesia se realiza en un determinado contexto (espacio, tiempo, cultura) en el cual participa, y al cual debe «dar razón de su esperanza». Este contexto cuestiona a la Iglesia y le demanda que se dirija a él con la Palabra de Dios (texto) y no con palabra humana, sea esta a través de la antropología, la sociología, la economía o la mercadotecnia. De ese encuentro entre el contexto y el texto, la Iglesia es conducida a su acción misionera. La Iglesia comienza su misión con la revelación, con el texto; pero cronológicamente lo hace con la situación, con el contexto. Y de esta aproximación entre la voz de Dios y las necesidades humanas surgirá su acción misionera. De allí la importancia de considerar el rol de la Biblia en la misión.

La Misión de la Biblia

La misión de la Biblia es salvífica y práctica. Veamos brevemente 2 Timoteo 3.14–17. San Pablo anima a su hijo espiritual Timoteo a la perseverancia en el camino de la fe y a mantener sus convicciones, no movido en primer lugar por las emociones, sino por un doble conocimiento: de su maestro y de las Sagradas Escrituras —las cuales había conocido desde su niñez.

¿Qué sabiduría es la que contienen las Sagradas Escrituras? En cinco palabras: La sabiduría de la salvación. La Biblia es un texto soteriológico. No es un libro científico ni filosófico, sino salvífico. Y esa salvación de Dios se encuentra en una persona, no en una religión ni en una iglesia, sino en Cristo. Recordemos que las Escrituras que Pablo tenía eran las del Antiguo Testamento. Todo el Antiguo Testamento está «lleno» de Cristo: nos habla del Cristo prometido. El Nuevo Testamento, por su parte, nos habla del Cristo histórico de los Evangelios; del Cristo de la experiencia de la comunidad de fe en los Hechos; del Cristo de la fe de las comunidades cristianas en las epístolas; y del Cristo victorioso del Apocalipsis. La salvación de Dios siempre fue, es y será por Cristo.

¿Cómo recibimos esa salvación que está en Cristo? La respuesta inequívoca de Pablo y de todos los autores del Nuevo Testamento es: Por la fe. Hablamos de la fe en Cristo. Fe que conoce al Dios que se ha revelado en Jesús. Y a este, lo conoce como Dios verdadero y hombre verdadero. El mismo que murió por nuestros pecados y resucitó para que seamos aceptados por Dios, que ahora está en el lugar de suprema autoridad, sobre todo lo creado visible e invisible, y ha enviado su Espíritu, el cual está obrando en el mundo y en su Iglesia.

Pero la fe no solo conoce sino confía. Confía en Jesús como Señor y Salvador. Le entrega la vida completa. Descansa en él para esta vida y la venidera. Tiene en Jesús toda su esperanza y seguridad para este tiempo y para la eternidad. La fe también confiesa: «anuncia las maravillas de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable». La fe invita con gozo y urgencia a otras personas a adherirse a Jesús, el Hijo de Dios. Finalmente, la fe nos compromete con el reino de Dios, con el mundo de Dios y con el pueblo de Dios.

Enseguida el texto nos conduce a los predios soteriológicos de la Biblia y del discipulado. Permitiéndonos proyectarnos en la afirmación, que el Antiguo y el Nuevo Testamento son Palabra de Dios, que tienen su origen en él y que a él le pertenecen. Y, que su propósito es útil y práctico, hacernos buenas personas preparadas para toda buena obra. La finalidad soteriológica es hacer santa a la gente cristiana. Y la finalidad práctica hacerla servicial.

La misión en la Biblia

Propondremos dos descripciones. La primera: La misión de la Iglesia es dar testimonio al mundo del único Dios viviente, libre y soberano, quien se ha revelado en forma redentora en la persona y obra de su Hijo unigénito, Jesús de Nazaret; y dar ese testimonio con la presencia y poder del Espíritu Santo. La segunda: La misión de la Iglesia es dar testimonio del reino de Dios en el mundo de Dios.

El testimonio  (marturía) de la Iglesia se sella y rubrica, siguiendo el mismo camino del «Testigo Fiel y Verdadero», el Señor que llegó al martirio (testimonio) de la cruz. Cruz que es palabra y acción del Dios de gracia al mundo en desgracia. Si la misión de la Iglesia es dar testimonio, este debe ser integral. Entendiéndose por integral, en primer término, que no haga violencia a la revelación bíblica. Dando por sentado, que el Nuevo Testamento norma nuestro entendimiento del Antiguo, pero que se debe tomar la integridad de la revelación, para entender el testimonio de la Iglesia. (Is 43 y Hch 1.1–11).

Hablamos también, de testimonio integral de la Iglesia, en el sentido que tiene que hacer llegar la luz de la Palabra de Dios a la totalidad de la vida humana. Presupone esta última afirmación, una concepción de la realidad, la cual, en términos bíblicos, es espiritual y material. Y se expresa en una trilogía: Dios, mi prójimo y la naturaleza. Testimonio integral de la Iglesia es el que interrelaciona, dinámicamente, estas realidades y busca expresarlas.

Poco a poco vamos superando el mal entendido concepto de la Iglesia, muy en boga en los años setenta del siglo pasado. A la pregunta, ¿cuál es la misión de la Iglesia?, las confesiones evangélicas más conservadoras cerraban filas y respondían: La misión es evangelizar. Otras iglesias de sectores liberales respondían: La misión es servir. Algunos grupos de «avanzada», tanto al interior de la Iglesia Católica como de iglesias protestantes, afirmaban la acción política: La misión es liberar. En nuestros días, para algunas comunidades cristianas, la misión es promover la prosperidad de sus miembros. Sin duda que cada una de estas respuestas tiene un elemento de verdad, a la vez que notamos un reduccionismo de la misión de la Iglesia. Reduccionismo que no hace justicia a «todo el consejo de Dios» que tenemos en la revelación bíblica.

Actualmente se va abriendo paso la visión —más bíblica— de la misión integral. A través de la cual, a nuestro entender, la Iglesia cumple diferentes funciones: Litúrgica, comunitaria (koinonía), soteriológica, diaconal, profética, administrativa (mayordomía) y ecuménica. Y cada una de estas funciones tiene una dimensión evangelizadora. Todas ellas fluyen de la Palabra de Dios y a ella están sujetas.

En la historia de la Iglesia, ha sucedido que diferentes ramas de ella han hecho énfasis especial en algunas de las funciones ya señaladas, o en algunas de las dimensiones dentro de ellas; y como normalmente sucede, al hacer énfasis en algunos aspectos de la misión se ignoran otros. Hay confesiones cristianas con una notable fuerza litúrgica, como la Iglesia Católica Romana, la Ortodoxa, la Episcopal o la Luterana. Otras, como casi la totalidad de las iglesias evangélicas, han hecho vibrar la evangelización como su nota dominante, y a veces monocorde. La comunión cristiana es la impronta de los Cuáqueros, Menonitas, o algunas comunidades carismáticas. Las iglesias Reformadas y Presbiterianas son reconocidas por el lugar predominante que se le ha dado al ministerio docente. Históricamente, solamente dentro de las iglesias evangélicas se ha percibido antagonismo hacia el servicio social, o se le ha visto con suspicacia ante el peligro de caer en el «evangelio social». Sin embargo, en nuestros días las iglesias entienden con más claridad que el servicio de amor es parte de su responsabilidad.

Dicho esto pasaremos a compartir algunos contenidos de las funciones de la Iglesia, y dimensiones dentro de ellas, en los cuales apreciamos su raigambre bíblica. No los expondremos ni los comentaremos, porque pensamos que nos saldríamos del marco de esta presentación. Solamente las describiremos.