El contenido de la BIBLIA 3

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El contenido de la Biblia

Parte 3 / AT /

La historia de Josué, y los jueces

Armando J. Levoratti

El libro que lleva el nombre de Josué, el sucesor de Moisés, celebra el asentamiento de las tribus hebreas en la Tierra prometida. Un simple vistazo al conjunto del libro nos hace ver que consta de tres partes: la conquista de Canaán (caps. 1—12), la distribución de los territorios conquistados (caps. 13—21) y la unidad de Israel fundada en la fe (caps. 22—24).

Después de cruzar el Jordán, los israelitas llegados del desierto encontraron a su paso ciudades fortificadas y carros de guerra. Y si lograron infiltrarse en el país, fue más por la astucia que por el empleo de las armas. Pero, en realidad, la conquista no fue una hazaña de los hombres sino una victoria del Señor. Por eso el relato adquiere por momentos los contornos de epopeya maravillosa: los muros de Jericó se derrumban, el sol se detiene, los cananeos son presa del pánico, porque es el Señor el que se pone al frente del pueblo y combate a favor de él. En estas «guerras de YHVH», el arca de la alianza era el símbolo de la presencia del Señor en medio de su pueblo.

De ahí un tema fundamental en el libro de Josué: Israel tiene que dar gracias a YHVH, su Dios, que ha dado como herencia a su pueblo la tierra de Canaán.

El libro concluye con el relato de la alianza de Siquem. Josué rememora, ante la asamblea de los israelitas, las acciones que realizó el Dios de Israel en favor de su pueblo. Luego les propone una alianza, y esta queda sellada sobre una doble base: la fe común en YHVH y el reconocimiento de una misma ley (cap. 24).

El libro de los Jueces, que viene a continuación, nos dará una imagen un poco más matizada de este período histórico.

LOS JUECES.

Después de la muerte de Josué sobrevino para las tribus de Israel una

etapa difícil: la así llamada «época de los Jueces».

Es importante notar que estos «jueces» no eran simples magistrados que administraban justicia, sino «caudillos» (o, como suele decirse, «líderes carismáticos»), que el Señor fue suscitando en los momentos de crisis para liberar a su pueblo de la opresión.

Cuando una o varias tribus israelitas se veían amenazadas por un ataque enemigo, estos caudillos -llenos del «espíritu del Señor»- se levantaron para combatir a los enemigos de su pueblo (cf. Jue 3.10; 11.29).[1]

Las amenazas provenían de los pueblos vecinos de Israel. Poco después de la entrada de los israelitas en Canaán, tuvo lugar, a su vez, el asentamiento de los filisteos en la costa sur de Palestina (hacia el año 1175 a.C.). Estos se organizaron en cinco ciudades -la famosa Pentápolis filistea-, y por su poderío militar y su monopolio del hierro constituyeron un peligro constante para los israelitas. La hostilidad de los filisteos, sumada a la que provenía de los nativos del país (los cananeos) y de los pueblos vecinos (madianitas, moabitas, amonitas, etc.), llegó algunas veces a poner en peligro la existencia misma de las tribus hebreas.

Cuando se producía una de estas crisis, el Señor suscitaba un «juez» o caudillo, que obtenía para su pueblo una victoria más o menos resonante. Estos héroes actuaron en distintos lugares y en distintas épocas, y cada uno a su manera. Gedeón, por ejemplo, reunió varias tribus para ir al combate; Sansón, en cambio, fue un héroe de fuerza extraordinaria, que más de una vez puso en grave aprieto a los filisteos. Además, la misión de los jueces era personal y temporaria: una vez pasado al peligro, ellos solían volver a sus ocupaciones ordinarias.

El «Cántico de Débora» (Jue 5) muestra muy bien cómo se encontraba el pueblo de Israel durante el período de los Jueces. El poema celebra la victoria de una coalición de tribus hebreas contra los cananeos, en la llanura de Jezreel. Según Jueces 5.14-17, seis de las tribus respondieron a la convocatoria hecha por Débora: Efraín, Benjamín, Maquir (Manasés), Zabulón, Isacar y Neftalí. En cambio, otras cuatro tribus—Rubén, Galaad (Gad), Dan y Aser- son recriminadas severamente por no haber socorrido a sus hermanos. Las tribus del sur—Judá, Simeón y Leví—ni siquiera se mencionan, sin duda porque una especie de barrera las separaba de las otras tribus. Uno de los principales enclaves que se interponían entre el norte y el sur era la fortaleza de Jerusalén, que aún estaba en poder de los jebuseos (Jos 15.63; Jue 19.10-12).     

El libro de los Jueces pronuncia un juicio severo sobre la situación religiosa de Israel en aquel período. Los israelitas pasaban por un proceso de sedentarización y de cambio a nuevas formas de vida. Y la asimilación de algunas costumbres cananeas (relacionadas, sobre todo, con el ejercicio de la agricultura) introdujo prácticas religiosas contrarias al auténtico culto de YHVH. Estas prácticas estaban relacionadas con Baal, el dios cananeo de la fecundidad. De este dios se esperaba que diera fertilidad a la tierra, buenas cosechas de granos y abundancia de vino y aceite.

También es severo el juicio que se pronuncia sobre la falta de unidad y de organización política entre los grupos hebreos: Como en aquella época aún no había rey en Israel, cada cual hacía lo que le daba la gana (Jue 17.6; cf. 18.1; 19.1; 21.25).

En la etapa siguiente, la institución de la realeza vino a atemperar de algún modo aquel estado de anarquía.

Samuel y Saúl. Los libros de Samuel, que vienen a continuación, se refieren a este proceso de consolidación: uno de los momentos más importantes en la historia bíblica. Es la época en que Israel se constituyó como unidad política, al mandode un rey.

El primer libro de Samuel consta de tres secciones. Cada una de ellas gira en torno a uno o dos personajes centrales: Samuel (caps. 1–7), Samuel y Saúl (8–15), Saúl y David (16–31).

La primera de estas figuras centrales es la de Samuel, el niño consagrado al Señor que llegó a ser profeta. Como sucede con frecuencia en la Biblia, el hijo concedido a la mujer estéril tiene un destino especial. El relato de la vocación de Samuel presenta tres elementos que aparecen en todos los relatos de llamamiento al profetismo: la iniciativa de YHVH, la comunicación del mensaje que deberá transmitir y la respuesta del que ha sido llamado (1 S 3; cf. Ex 3.1-12; Is 6; Jer 1.4-10; Ez 1–3).

Más tarde, el intento de organizar a las tribus israelitas bajo la forma de un estado monárquico comienza con Saúl. Él, como los antiguos jueces de Israel, fue el libertador elegido por Dios (1 S 10.1). El espíritu del Señor vino sobre él, y lo impulsó a emprender una guerra de liberación contra los amonitas (11.1-13). Y cuando regresó victorioso de su campaña libertadora, Saúl fue proclamado rey. Con esta proclamación, la realeza quedó instituida en Israel.

Texto extraído del libro “Descubre la Biblia” / Tomo 1 / Artículo: ¿Qué es la Biblia? / Por Armando J. Levoratti


[1] Debido a que los «jueces» fueron en realidad instrumentos divinos más que líderes seleccionados por el mismo pueblo, algunos biblistas los llaman «portadores de justicia».