Cristologías Apocalípticas

Cristologías Apocalípticas

CRISTOLOGÍAS APOCALÍPTICAS

Cristologías Apocalípticas

Por Samuel Pagan

Jesucristo es el Señor en el Apocalipsis

Yo, Juan, escribo a las siete iglesias

que están en la provincia de Asia:

Gracia y paz a ustedes de parte de aquel

que es y que era y que ha de venir;

y de parte de los siete espíritus que están delante de su trono;

y de parte de Jesucristo, el testigo fiel,

el primogénito de la resurrección, el soberano de los reyes de la tierra.

Al que nos ama y que por su sangre nos ha librado de nuestros pecados,

al que ha hecho de nosotros un reino,

sacerdotes al servicio de Dios su Padre,

¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén.

¡Miren que viene en las nubes!

Y todos lo verán con sus propios ojos,

incluso quienes lo traspasaron;

y por él harán lamentación todos los pueblos de la tierra.

¡Así será! Amén.

«Yo soy el Alfa y la Omega —dice el Señor Dios—,

el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso».

Apocalipsis 1.4-8

Cristologías apocalípticas

El desarrollo de la cristología, tanto en el Nuevo Testamento como en la historia, está íntimamente asociado a las necesidades que vivían los creyentes y a los desafíos que experimentaban las iglesias. La vida de Jesús, y también sus enseñanzas e implicaciones, se analizaban, interpretaban, actualizaban y compartían en medio de las comunidades de fe y en respuesta a los problemas que vivía la sociedad y que llegaban a las congregaciones. El fundamento de la cristología bíblica e histórica es la vida y las enseñanzas de Jesús, y esas vivencias y teologías se interpretaban y aplicaban en relación con el crecimiento personal de los creyentes y del desarrollo colectivo de las congregaciones.

El último libro del canon cristiano, el Apocalipsis de Juan, presenta su cristología en medio de una serie de realidades sociales, políticas y religiosas desafiantes. El vidente Juan, que está confinado por causa del evangelio (Ap 1.9), recibe la revelación divina para anunciar una palabra de esperanza a los creyentes heridos por la política inmisericorde del emperador romano. Ese mensaje de gracia y misericordia del vidente llega a una iglesia perseguida por el imperio romano, que no se detenía ante nada hasta implantar sus decisiones nefastas con su amplia e intensa infraestructura militar.

Las comunidades cristianas rechazaban abiertamente no solo el paganismo del imperio romano, sino sus políticas injustas hacia diversos sectores marginados y dolidos de la sociedad, especialmente hacia las iglesias. Esas actitudes paganas y autoritarias se manifestaban claramente en la religión oficial del imperio, que incentivaba el culto al emperador romano que se entendía como dios. Ese reconocimiento divino del emperador era oficial, continuo y obligatorio. Y para que ese culto se llevara a efecto sin objeciones ni reparos físicos, se había construido una serie extensa de templos en Roma, la capital del imperio, y en las regiones más lejanas y remotas administradas por el imperio y las autoridades romanas.

La persecución oficial romana a las comunidades cristianas se fundamentaba en el rechazo abierto de esos grupos de creyentes a participar en las ceremonias romanas paganas que declaraban al Cesar como señor. Esa actitud valiente y decidida de las comunidades de fe ante la religión imperial, propició la persecución hostil de las iglesias y la muerte de los cristianos. Y Juan fue parte de ese pueblo perseguido y herido, pues fue desterrado a una isla del Mediterráneo, Patmos (Ap 1.9), donde recibió las visiones y revelaciones de Dios y escribió el libro de Apocalipsis, en los años 93-95 d.C.

El carácter profético del Apocalipsis se pone claramente de relieve desde sus comienzos, pues el libro se identifica como “La revelación de Juan” (Ap 1.1). Esa revelación divina –o apocalipsis, en griego–, que llega en forma de visión, tiene el propósito de afirmar la palabra de la esperanza a un pueblo sumido en la inseguridad, el dolor y la angustia, que estaba necesitado de paz, justicia y esperanza (Ap 1.3; 10.11; 22.7,9,10). Y el mensaje divino es de vida y esperanza, se fundamenta en la manifestación liberadora del Cristo resucitado, que es “el que es, el que era y el que ha de venir” (Ap 1.8), el “Verbo de Dios” (Ap 5.14; 19.13), el Mesías y el “Rey de reyes y Señor de señores” (Ap 19.16).

El mensaje de las visiones de Juan está dirigido, en primer lugar, a una serie de iglesias históricas que vivían y ministraban en el Asia Menor en la época del famoso vidente y profeta, a finales del primer siglo de la era cristiana. El propósito teológico es afirmar que el Cristo de Dios, el Ungido y el Mesías, anunciado por los profetas y esperado por su pueblo, había cumplido cabalmente el divino plan redentor para los creyentes, las iglesias y la historia. Y ese singular mensaje de esperanza, que se produce en medio de una crisis mayor para las iglesias que vivían bajo la autoridad y las políticas del imperio romano, tiene repercusiones transformadoras para la gente de fe y sentido de porvenir para las congregaciones a través de la historia.

El Cristo del Apocalipsis es el vencedor del mal, que manifiesta su poder extraordinario sobre la vida y pone en evidencia su triunfo definitivo sobre la muerte. Ese mensaje claro de esperanza, que está fundamentado en la victoria de Cristo en la cruz del Calvario, supera los linderos del tiempo y sobrepasa los confines de la geografía. Ese mensaje de las visiones de Juan, en efecto, que incentiva la fe y propicia la seguridad en las diversas crisis y adversidades de la vida, llega con fuerza a los creyentes y las iglesias a través de la historia y en todo el mundo.

El Apocalipsis de Juan afirma sin inhibiciones la resurrección de Cristo, pues es el evento fundamental de la fe cristiana y el elemento indispensable del mensaje del evangelio (1 Co 15.15.14-17). Esa clara afirmación cristológica se presenta en un lenguaje lleno de visiones, símbolos e imágenes. Y ese tipo de lenguaje, que es parte de un género conocido como apocalíptico, está presente en el Antiguo Testamento (p.ej., Is 24—27; Jl 2; Ez 1; 40—48; Dan 7—12). El vidente Juan heredó ese singular estilo literario para presentar su mensaje a finales del primer siglo de la iglesia. La esperanza apocalíptica llega a los creyentes y las iglesias en un lenguaje saturado de simbologías, con el propósito de incentivar la creatividad en los procesos de interpretación y en la aplicación de sus enseñanzas e implicaciones.

La revelación de Jesucristo

La primera sección del Apocalipsis (Ap 1.1-8) constituye la introducción general del mensaje del vidente Juan al pueblo de Dios; también es una especie de presentación de todo libro. Son versículos saturados de contenido teológico, virtudes espirituales, alusiones bíblicas, imágenes intensas y belleza literaria. La finalidad primordial de todo el inicio del libro es indicar que el fundamento de la revelación divina en torno a lo que sucederá pronto en la historia es Jesucristo.

Las afirmaciones iniciales del vidente son en torno a cómo recibió la revelación divina y cuál es el propósito de ese mensaje. Las visiones llegan a Juan a través de un ángel o enviado especial de Dios, para que diera testimonio de la palabra de divina y de Jesucristo; también para que presentara a las iglesias lo que había visto en esa serie de extraordinarias visiones divinas.

Finalmente, en esta sección inicial del libro, el vidente declara felices, dichosos y bienaventurados a las personas que leen, escuchan y obedecen las palabras de su mensaje, que es descrito como profecía, para acentuar el carácter divino del libro. Se añade de esta forma, además, un sentido de urgencia en la revelación, pues, de acuerdo con el vidente, “el tiempo de su cumplimiento está cerca” (Ap 1.3). Un profeta de Dios ha llegado en la persona de Juan a las iglesias y la historia con una palabra divina en medio de la crisis. Y esa palabra profética de consolación y seguridad está a punto de cumplirse.

En esta introducción al libro, el nombre y título “Jesucristo” se utiliza en cuatro ocasiones (Ap 1.1,2,4,9). Este detalle estilístico es mucho más que un énfasis literario o una reiteración pedagógica, pues pone de relieve el fundamento teológico de las visiones y la base indispensable del mensaje de Juan. Quien le brinda autoridad a la palabra profética del vidente a las iglesias del Apocalipsis y de la historia es Jesucristo, que es una manera de aludir al poder divino que se manifestó en la resurrección, de acuerdo con las narraciones evangélicas (Mt 28.1-15; Mc 16.1-8; Lc 24.1-12; Jn 20.1-10).

Una vez ha sentado las bases para la presentación de su mensaje, Juan identifica con precisión los destinatarios de su mensaje. Se trata de siete iglesias que están ubicadas en Asia, en la actual Turquía. Y esas siete congregaciones son comunidades de fe históricas, que llevaron a efecto sus tareas misioneras y pastorales en una muy importante región administrada por el imperio romano.

Las congregaciones del Apocalipsis son las siguientes: Éfeso (Ap 2.1-7), Esmirna (Ap 2.8-11), Pérgamo (Ap 2.12-17), Tiatira (Ap 2.18-29), Sardis (Ap 3.1-6), Filadelfia (Ap 3.7-13) y Laodicea (Ap 3.14-22). Esasmiglesias y sus líderes –identificados como “ángeles” en la revelación—son quienes reciben el mensaje divino que se presenta en el libro. Y hasta el día de hoy las personas pueden visitar esas ciudades y ver algunos restos arqueológicos relacionados con las congregaciones.

En la historia de la interpretación bíblica, esas iglesias históricas se han entendido como representantes de congregaciones en diversos períodos de la historia, como símbolos de diversos tipos de iglesias y como cristianos en diversos períodos o momentos de la vida. El potencial hermenéutico de esos capítulos de Apocalipsis (Ap 2.1—3.22) es muy alto, pues los mensajes del vidente que se incluyen en el libro se pueden identificar con varias respuestas eclesiásticas a través de la historia ante los grandes desafíos que las sociedades le presentan a los cristianos individuales y a las iglesias en general. Además, ponen en clara evidencia cómo las comunidades de fe respondieron ante las graves amenazas y las políticas hostiles de un imperio belicoso e inmisericorde.

La palabra que identifica el libro, “revelación” o “apocalipsis”, transmite al comienzo mismo de la obra y pone de manifiesto la naturaleza especial del mensaje de Juan. Se va a dar a conocer algo que anteriormente estaba oculto; inclusive, la expresión puede transmitir la idea de que se va a develar algo que estaba en secreto o escondido. Desde el inicio mismo del libro se presenta la importancia del mensaje de Juan, que de identifica como revelación, se recibe en visiones y se describe como profecía.

De importancia capital en la introducción del libro es la revelación de Dios que se hace accesible al vidente a través de Jesucristo, con una serie de visiones angelicales. En este contexto, Cristo tiene una función mediadora, pues es el instrumento divino para comunicar a Juan la revelación. De acuerdo con las visiones posteriores del vidente en su libro, Cristo es el único digno de desatar los sellos y abrir el rollo o libro (Ap 5.3-7), que es una manera figurada para indicar que es la persona que tiene el poder y la autoridad para dar a conocer públicamente

Nombres y títulos cristológicos

Luego de los saludos característicos en la literatura epistolar de la época, Juan identifica con títulos cristológicos el originador del mensaje, la autoridad de la profecía y el fundamento de la revelación: Jesucristo. El vidente, además, presenta los destinatarios del mensaje: las siete iglesias de Asia. Y saluda a esas congregaciones con la expresión “Gracia y paz” (Ap 1.4), que recuerda las cartas de Pablo a las iglesias neotestamentarias (p.ej., Rom 1.7; 1 Co 1.3; Gl 1.3).

Con ese singular estilo epistolar al comenzar su obra, el vidente presenta el libro del Apocalipsis como una especie de carta circular para las siete iglesias de Asia. La identificación de los destinatarios con el número “siete”, que es símbolo de totalidad y perfección, puede ser un indicador de que el vidente tiene un interés amplio y extenso con la presentación de la revelación y la articulación de las visiones. Las siete iglesias, no solo son las congregaciones históricas en la actual Turquía, sino que también pueden aludir a todas las iglesias y a todo el pueblo de Dios, no solo del Asia sino del mundo y de la historia.

Una vez se presenta la naturaleza de la revelación divina y se proceden con los saludos pertinentes, al vidente destaca la fuente de la revelación. Y en el proceso, articula una serie descriptiva de títulos cristológicos. Quien revela la profecía es Jesucristo (Ap 1.5), que se muestra de varias formas, lleno de simbolismos y significados teológicos:

  • “El que es el que era y el que ha de venir” Ap 1.4) es una referencia directa a la revelación del nombre divino a Moisés (Ex 3.14-15) en las narraciones del Éxodo. Constituye una manera de relacionar a Jesús directamente con el Dios de la liberación de los israelitas de las tierras de Egipto y del faraón, con el Señor capaz de revelar su Ley y establecer un pacto con un pueblo cautivo y en necesidad.

El título transmite la idea de continuidad del pasado, el presente y el futuro que, además, puede aludir o implicar la idea de eternidad y permanencia. 

  • La mención de “los siete espíritus” (Ap 1.4) frente al trono de a Dios, muestra las intervenciones del Espíritu Santo en medio de las adversidades, los problemas y las tribulaciones de las iglesias. Y esa manifestación extraordinaria es completa y perfecta, pues se describe con el número siete, pues alude a las características de la naturaleza santa y eterna de Dios.

De singular importancia es notar que esta referencia al Espíritu se asocia a las actividades de Dios y la revelación de Jesucristo. Son necesarios “siete espíritus”, es decir, una manifestación plena del Espíritu Santo, para liberar a las iglesias de las hostilidades y persecuciones del imperio romano.

  • “El testigo fiel” presenta al Señor como el mártir ideal, como quien fue capaz de dar su vida para hacer la voluntad de Dios y salvar a la humanidad. El elemento del martirio, que se asocia al sacrificio óptimo, es un tema crucial para las comunidades cristianas a las que Juan les presentaba el mensaje. ¡Las políticas de agresión continua, persecución sistemática y genocidio inmisericorde del imperio romano atentaban contra la vida misma de los creyentes y también contra la supervivencia de las congregaciones!

Y en ese contexto llegó la buena noticia de Juan a las iglesias: ¡Ya Jesucristo vivió y superó la experiencia del martirio!

  • La frase “el primogénito de la resurrección” alude directamente a la resurrección de Cristo. La expresión es una manera de destacar la derrota definitiva del poder y la autoridad de la muerte sobre la gente de fe. Jesucristo, de acuerdo con la teología de Juan el vidente, es el testigo o mártir capaz de dar su vida por el mundo y, en el proceso, superar el poder que la muerte ejerce en la humanidad (Hch 23.26; Col 1.18).

Un Cristo con el poder de la resurrección es ciertamente fuente de esperanza y seguridad para las iglesias perseguidas.

  • “El soberano de los reyes de la tierra” pone de relieve el poder de Jesucristo sobre el imperio romano, que se presentaba ante la sociedad y la historia como un reino poderoso e invencible. De acuerdo con el vidente del Apocalipsis, el imperio romano, con todo el poder político y militar que ostentaba, no era más poderoso que Jesucristo que tenía la capacidad de resucitar de entre los muertos.

La expresión se puede relacionar muy bien, además, con la teología de los Salmos para referirse al poder de Dios (p.ej., Sal 89.27; Rom 14.9). La frase es una forma adicional de ubicar a Jesucristo en el nivel de la divinidad.

  • El vidente también presenta a Jesucristo como “el que nos ama y que por su sangre nos ha librado de nuestros pecados” (Ap 1.5). Esa expresión es una descripción gráfica del amor del Señor, que fue capaz de derramar su sangre –es decir, llegar al suplicio y el martirio– con un propósito redentor. Se destacan de esta forma dos elementos y temas indispensables en la tarea de Jesucristo: el amor y la sangre. Ya el Evangelio de Juan transmite una teología similar (Jn 3.16), pues es el amor divino la fuerza que lleva a Jesucristo a dar su vida por la humanidad.
  • En su descripción cristológica, y para destacar aún más la autoridad de Jesucristo, Juan añade una implicación del acto salvador en la cruz del Calvario: Hizo de los creyentes un reino de sacerdotes al servicio de Dios el Padre. De esa forma las labores sacerdotales, que se llevaban a efecto, de acuerdo con el libro del Éxodo (Ex 28.1—29.37; 39.1-31), en el Templo de Jerusalén y en cercanía a Dios, ahora se convierte en una tarea ministerial para las iglesias y los creyentes, que estaban al servicio del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
  • Y por manifestar esas características extraordinarias, Jesucristo merece nuestro reconocimiento, nuestra adoración y nuestras gratitudes eternas. Esta doxología (Ap 1.6), que tradicionalmente se presentaba únicamente ante Dios, se ofrece en esta ocasión a Jesucristo por su sacrificio redentor y por ser parte de esa esencia divina extraordinaria.

Y la doxología culmina con un gran “amén”, que es la expresión hebrea para ratificar algún acto o afirmar alguna expresión teológica y espiritual de importancia. El uso de esta expresión le brinda al libro de Apocalipsis, desde sus comienzos, un nivel cúltico de importancia en las afirmaciones del vidente.

Jesucristo es el Señor

Una vez el vidente describe la especial naturaleza de Jesucristo, que brinda la autoridad y el poder para compartir la revelación divina a las iglesias a través de Juan, se añaden otras descripciones y afirmaciones cristológicas singulares. Y estas comprensiones adicionales en torno a Jesucristo, añaden componentes espirituales y valores teológicos amplios a las afirmaciones cristológicas iniciales.

Quien se revela en el Apocalipsis “viene en las nubes” y “todas las personas lo van a ver, inclusive sus verdugos” (Ap 1.7). Además, “es el Alfa y la Omega, el que es el que era y el que ha de venir” y también “es el Todopoderoso” (Ap 1.8). En efecto, el vidente expande considerablemente su comprensión de la especial naturaleza divina de Jesucristo.

La descripción cristológica en esta sección proviene de imágenes que se incluyen en el Antiguo Testamento en los libros de Daniel (Dn 7.13) y Zacarías (Zac 12.10). Inclusive, el uso de esas expresiones para describir al Mesías prometido en la Biblia hebrea, también se manifiesta en los evangelios (Mt 24.30; Mc 13.26; Lc 21.27; Jn 19.34-37). De esta forma, Juan entiende que la revelación divina a las iglesias del Apocalipsis está enraizada en las tradiciones proféticas que se fundamentan en la Biblia y que, además, se manifiestan con claridad en los evangelios.

La referencia a que “viene en las nubes” también puede ser una forma de aludir a la ascensión de Jesucristo en el monte de los Olivos (Hch 1.6-11). La imagen, además, puede asociarse con otro profeta extraordinario del Antiguo Testamento al culminar su ministerio, Elías (2 R 2.1-25). ¡Quien se revela en las visiones de Juan, Jesucristo, tiene autoridad profética y virtud mesiánica! ¡Y está en la importante tradición profética de Elías!

De singular importancia es la referencia a los verdugos de Jesucristo en el proceso de la crucifixión. Para el vidente, el poder divino manifestado en la resurrección y revelado en el Apocalipsis, tiene la capacidad, el poder y el deseo que manifestarse ante las personas que propiciaron y participaron en su muerte. De esa forma se alude a una de las palabras tradicionales de Jesús en la cruz, “Padre —dijo Jesús—, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23.34). En las narraciones de los evangelios se presenta a Jesús con una petición extraordinaria de perdón divino hacia sus angustiadores y verdugos. En el Apocalipsis, Jesucristo se revela de forma especial y se muestra ante las personas que lo crucificaron, para que se percaten de la maldad que cometieron.

“El Alfa y la Omega” constituyen las letras primera y última del alfabeto griego. Y su uso en la revelación de Juan, equivale a decir, en referencia a Jesucristo, que es “el principio y el fin”; o que tiene el poder de controlar la historia desde sus inicios hasta su culminación (Ap 21.6; 22.13). Y la frase “el Todopoderoso” culmina la sección de manera brillante: ubica a Jesucristo en el nivel divino, pues ese título es una descripción que se hace de Dios en el Antiguo Testamento (Sal 91.1; Ez 1.24; Jl 1.17).

La afirmación final de la unidad es declarar abiertamente la naturaleza especial y el nivel extraordinario de Jesucristo, que ciertamente es un claro signo de esperanza. Desde sus primeras afirmaciones teológicas, el vidente Juan presenta el fundamento y el propósito de su libro: Jesucristo es el Señor y el que brinda esperanza y seguridad al pueblo en momentos de crisis y adversidades.