Literatura apocalíptica

Literatura apocalíptica

Literatura apocalíptica

Parte I / Introducción

Toda persona que consulte un diccionario sabe de antemano que ese libro debe leerse de una manera especial, muy diferente de la manera en que uno leería una novela, un texto de química, un poemario o un refranero. Pero si después toma una guía telefónica, va a entender que ese texto sí se lee de una forma básicamente similar al diccionario, es decir, buscando información muy específica organizada en forma alfabética. La única diferencia es que en el diccionario uno está buscando definiciones de palabras, en tanto que en el directorio telefónico se consultan los números telefónicos que corresponden a cada nombre. Con solo abrir un diccionario o una guía telefónica, el lector común está practicando el «análisis de género». Por «género» entendemos la categoría literaria a que pertenece determinado escrito, el tipo de escrito que es y la forma en que debe leerse.

En la vida diaria entendemos casi intuitivamente qué tipo de escrito es cada texto, y lo leemos conforme a las reglas de ese género literario, pero en la lectura de la Biblia se suele confundir este asunto y leer muchos escritos conforme al género que no corresponde. Por ejemplo, casi siempre se olvida que la mayor parte de la literatura profética hebrea está escrita en verso, no en prosa. Se lee Cantares como si fuera una alegoría de la iglesia y no un drama romántico. A muchos lectores se les escapa la lógica especial de Eclesiastés como un tratado de teología y de filosofía que expone una filosofía tras otra y las refuta una por una. Los Evangelios se leen como si fueran biografías en vez de escritos testimoniales de las buenas nuevas. Al leer las Epístolas se olvida que son cartas personales ocasionales y no ensayos abstractos de teología. Y el peor de los casos: se lee el Apocalipsis como si fuera mero vaticinio, páginas de historia escritas de antemano, en vez de palabra profética del Dios del cielo.

Definiciones básicas

Un entendimiento claro y preciso de ciertos términos clave es indispensable para poder comprender acertadamente la literatura apocalíptica, y concretamente el Apocalipsis de Juan.

El primer término, casi siempre malentendido, es la palabra profecía. En el lenguaje popular hoy, y aun casi universalmente entre cristianos que conocen algo de Biblia, lo profético se entiende como lo que predice el futuro, y profecía se toma como un sinónimo de vaticinio o predicción de hechos venideros, especialmente remotos o al final de la historia. Quienes comienzan con este malentendido de lo que es la profecía terminarán malinterpretando también los escritos apocalípticos.

La primera persona descrita como «profeta» en la Biblia es Abraham (Gn 20.7), y la figura «fundante» del profetismo es Moisés (Dt 18.15-22; cf. su hermana María, profetisa, Ex 15.20).  Sin embargo, hasta donde sabemos por el texto bíblico, ninguno de ellos predijo acontecimientos futuros.  Tampoco los profetas tempranos (orales), como Samuel, Elías y Eliseo, se dedicaban a anunciar sucesos futuros, pero no por eso eran menos proféticos (Stam 1998: 26-50). Los profetas que nos han dejado escritos anunciaban realidades venideras solo cuando tenían que ver con su mensaje al pueblo de Dios en su propio contexto, pero no se dedicaban principalmente a eso, ni eran profetas por predecir ni dejaban de ser profetas cuando no predecían. Amós, por ejemplo, no predijo hechos futuros, excepto tan cercanos que se podrían inferir de las realidades históricas y de las condiciones del pacto, pero su ministerio es un ejemplo del mejor profetismo, porque pronunció una palabra viva y exigente de Jehová para su pueblo.

Un mensaje es profético, en sentido bíblico, por su carácter teológico y ético, no por predecir el futuro. Cuando en medio de su revelación a su pueblo Dios ha querido revelar también acontecimientos venideros, eso debe llamarse específicamente «profecía predictiva». Pero no toda profecía es predictiva, ni mucho menos; ni tampoco toda predicción (aun cuando se cumpliera) es por ende «profecía». Predictiva o no predictiva, la profecía tiene que llamar al pueblo de Dios a que cumpla la voluntad de su Señor en medio de la realidad histórica.

Un segundo término clave es escatología, «la doctrina de las cosas últimas» (griego ésjaton). La expresión «cosas últimas» no tiene que referirse exclusivamente a los acontecimientos finales en sentido cronológico, sino también a las «últimas realidades» que entran en la historia desde arriba, como, por ejemplo, la encarnación del Verbo (la realidad última haciéndose temporal y material) y otras intervenciones divinas en la historia de la salvación. Pero mayormente se entiende por «escatología» las enseñanzas bíblicas sobre la meta final del proceso histórico («el siglo venidero», «el día del Señor»; la parusía del Hijo del Hombre). Como explicaremos abajo, hay diferencias importantes entre escatología profética y escatología apocalíptica.

Por otra parte, el término apocalipsis se refiere específicamente al género literario así designado, o sea, el conjunto de escritos que comparten ciertas características. En primer lugar (y en contraste con los escritos proféticos), la literatura apocalíptica en su nivel más básico pertenece a la categoría de la narración, igual que la historia, la novela, el cuento, la fábula y la saga. Dentro de ese macrogénero, la literatura apocalíptica reviste características especiales. De acuerdo con el significado de la palabra, «apocalipsis» (griego, «revelación») se refiere al género literario que pretende ser una revelación dada por un ser sobrenatural a un ser humano, a menudo por medio de visiones y sueños. Suele moverse sobre dos tipos de ejes: el vertical (cielo/tierra) y el horizontal (este siglo/siglo venidero, historia/ésjaton). Utiliza extensamente el simbolismo y alude mucho a ángeles y a demonios. Los escritos más antiguos de este género, algunos pasajes de I Enoc, datan a lo menos del siglo II a.C., mientras que la producción comenzó a disminuirse a mediados del segundo siglo d.C. En algunos casos, los expertos discrepan sobre si determinado escrito pertenece estrictamente al género apocalíptico, pero la colección es vasta, quizá dos o tres veces la extensión de la Biblia entera. La colección más completa, la de James H. Charlesworth, en inglés, alcanza unas dos mil páginas. Por lo tanto, es una fuente rica y valiosa para entender este movimiento histórico, como también el mismo Apocalipsis de Juan.

La literatura apocalíptica se escribió, en términos generales, en tiempos de crisis, comenzando con la tiranía de Antíoco Epífanes (175-164 a.C.), pasando por la primera revuelta judía (66-70 d.C.) para culminar en la segunda revuelta bajo Bar Kocheba (132-135 d.C.). En su mensaje, los apocalípticos seguían a los profetas israelitas, pero con grandes diferencias. Ambos pretendían decir una palabra de Dios para los tiempos que vivían, y ambos creían en el triunfo de la justicia. Pero los profetas todavía esperaban cambios dentro de la historia y llamaban al pueblo al arrepentimiento para hacerlos posibles. Por su parte, los apocalípticos desesperaban de las posibilidades históricas y buscaban más bien alguna futura intervención divina que resolviera las situaciones humanamente imposibles.

Recientemente, especialistas como John C. Collins y Paul D. Hanson han aclarado el tema por introducir varias distinciones importantes. En primer lugar, por apocalipsis se debe entender el género literario de los escritos cuyas características hemos descrito en el párrafo tras anterior.  En segundo lugar, esos autores llaman «escatología apocalíptica» a la perspectiva teológica o conjunto de ideas que caracterizan los escritos apocalípticos, pero sin necesariamente expresarse en el estilo que caracteriza los escritos apocalípticos como género literario. En tercer lugar, definen «apocalipticismo» como un movimiento o una ideología en un sentido más amplio. Se trata de un universo simbólico generado en oposición a la cultura dominante, que establece la identidad, la razón de ser y la esperanza de la comunidad (Hanson 1962:27). La comunidad de Qumrán es un ejemplo del apocalipticismo, aunque sus escritos no solían ser típicamente apocalípticos en cuanto a su género literario.

En su famoso artículo para el Suplemento del Intepreter’s Bible Dictionary, Hanson sugiere otra categoría más: el «pseudo apocalipticismo» (1962:33). Esto consiste en la pasión puramente especulativa por lo apocalíptico como sistema de ideas, sin la menor relación a la situación de crisis que dio origen al apocalipticismo, ni tampoco una conciencia clara y profética de las crisis coyunturales de su propio momento histórico. No toma en cuenta las luchas históricas de los antiguos autores apocalípticos, sino que interpreta los escritos (especialmente Daniel y Apocalipsis) desde la comodidad de su propia prosperidad y seguridad existencial. Un síntoma del pseudo apocalipticismo es que busca fomentar miedo en vez de inspirar esperanza. Cualquier interpretación que hoy inculca apatía evasiva, irresponsabilidad histórica o indiferencia ante la injusticia, o que legitima la opresión, tiene todas las marcas del pseudo apocalipticismo.

El género apocalíptico no fue algo rígidamente formal; los autores no se daban cuenta necesariamente de estar empleando determinado tipo de escrito. Muchas veces un escrito apocalíptico viene acompañado por otros géneros. El Apocalipsis de Juan, por ejemplo, tiene la estructura clásica de una epístola: comienza con un saludo (1.4, 9-11) y termina con una despedida (22.7-21). Incluye también oráculos, «ayes» y «bienaventuranzas», parábolas (probablemente 11.3-13) y otros. Algunos subgéneros en la literatura apocalíptica son el testamento (discurso de despedida), el mito, los oráculos, los dichos sapienciales, etc.

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Este articulo ha sido tomado de “Vive la Biblia”, sitio web de las Sociedades Bíblicas Unidas.

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